Análisis
La Corte porteña de Justicia de la Nación
El exjuez Marcelo Grosso aborda la falta de federalismo de la Corte Suprema.
Hace ya muchos años, cuando el mail todavía no existía como medio de comunicación, me encontraba trabajando en la Fiscalía de la Cámara Federal de General Roca (edificio que compartíamos con la Cámara), y fuera del horario de Tribunales, atendí el teléfono.
Llamaban de la Corte y me dijeron que me enviarían un fax, pidiéndome si, por favor, yo podía acercárselo al Dr. Moldes. Le expliqué que yo estaba en General Roca y que el único Dr. Moldes de aquella jurisdicción era el Juez Federal de Bariloche, por lo cual era conveniente que enviaran el fax directamente allí.
Sorprendida, la aparentemente joven empleada preguntó: Pero…cómo? No es Río Negro eso? Efectivamente estaba en lo cierto. Ambas ciudades están en Río Negro, pero separadas por algo más de cuatrocientos kilómetros, lo que hacía imposible que, aunque sea de favor, yo le acercara el fax al Dr. Moldes. Tal vez pensó que habría “subtes” y que yo podría bajar en la “estación Bariloche de la línea X” y acercar el bendito fax.
Lo peor del caso es que no entendía mi explicación. Le pasé el número de fax del Juzgado de Bariloche para que lo enviara allí, y fastidiosa, lo aceptó de mala gana.
Esta anécdota (que es totalmente cierta), nos muestra dos cosas: La primera, el total desconocimiento que desde Buenos Aires se tiene del interior del país, y la otra, la desidia de algunos miembros del staff cortesano, que no les permite siquiera consultar un mapa, para dimensionar las distancias entre ciudades. Agrava la situación, la circunstancia de que, justamente, en General Roca, existía (y existe) la sede de una Cámara Federal con competencia en las provincias de Río Negro y Neuquén, lo que la debía convertir (al menos) en una ciudad “conocida” para la Corte.
Han transcurrido unos treinta años de aquel pedido, y por estos días se está debatiendo una ampliación de los miembros de la Corte Suprema, que permita, entre otras cuestiones, -si se me permite el término- federalizar el servicio de justicia permitiendo que las provincias puedan sentirse –al menos- algo representadas en el máximo tribunal de la Nación, y que pueda conocerse en el búnker de Talcahuano, que existen otras realidades, otras costumbres e idiosincrasias, diferentes a las que rigen para una acotada sociedad. Aplausos hasta aquí.
Ahora bien. Más allá del aumento de los miembros, cabe preguntarse qué Corte queremos, qué justicia queremos; pregunta que cada uno de nosotros tendrá que hacerse y responderse, pero sin dejar de citar la prestigiosa y respetable opinión de la referente señora de los almuerzos, en cuanto a que “la gente” no cree en la justicia. Y aquí creo que la señora tiene razón. Cabe preguntarse por qué.
Dos de los actuales miembros de la Corte no fueron propuestos como manda la ley, sino designados por un decreto presidencial. Ambos jueces –uno de ellos, notable constitucionalista- nada dijeron y estaban dispuestos a asumir sabiendo que se trataba de un nombramiento groseramente irregular. Después se enderezó la nave y fueron propuestos y designados conforme a la ley.
Uno de ellos, representaba en el estudio jurídico en el que se desempeñaba, a grandes corporaciones –si se quiere, mediáticas- que se encontraban en litigio y cuyos casos podrían llegar a la Corte. Hasta aquí, ningún impedimento, siempre y cuando este juez se excusara de intervenir en esos asuntos en los que, de alguna u otra forma, había sido parte. Lo grave es que nunca se excusó en ninguna de esas causas, e intervino como si nada pasara.
La creación de una “Secretaría” (otra más dentro del mounstro de calle Talcahuano) fue narrada gráficamente por la periodista Irina Hauser en su libro Rebelión en la Corte: “…Highton reclamaba un ascenso para su hija desde hacía tiempo. Había intentado sin éxito que la pusieran al frente de la secretaría que unificó las áreas civil y comercial. ‘Me tiene loco Elena con esto’ –se quejaba Lorenzetti ante sus colegas y comentaba que ella amenazaba con no firmar más fallos si no había nombramiento especial para Elenita. En tiempos de una Corte de tres integrantes, no contar con la firma de Highton equivalía a una parálisis….”. (el subrayado me pertenece y lo hice por la gravedad institucional que surge del capricho de la Jueza).
La nueva secretaría se creó y quedó a cargo de la hija de la Suprema; creación y, sobre todo, designación, de dudosa legalidad: “Los integrantes del tribunal no pueden tener familiares bajo su dependencia directa”. Quedaba la duda de si esa situación era tal, no obstante lo cual, se realizó una denuncia penal que, curiosamente, quedó a cargo del fiscal Carlos Rívolo y el juez Claudio Bonadío.
Highton, es cierto, se jubiló y renunció a la Corte, cosa que debió haber hecho cuando cumplió 75 años, pero no quería hacerlo y presentó un “amparo” para que la propia justicia le permitiera ejercer unos años más, lo que le fue autorizado. Tal vez ahora, jubilada, tenga más tiempo para su cuidado personal, ya que, como relata la citada autora, “…Todos los lunes Highton de Nolasco llega más tarde de lo habitual a la Corte, porque va a la peluquería…”. (pág. 47).
En lo personal, entiendo que el aumento de los miembros de la Corte, podrá redundar en una división del tribunal en salas, atendiendo a la especialización en las diversas ramas del derecho, y más allá de la representación por género y por zonas del país, sería conveniente, por ejemplo, dejar de echar mano constantemente a la vetusta norma del código procesal civil y comercial que les permite a los soberanos, discrecionalmente, no entrar a tratar algunos de los recursos que llegan a sus despachos, con un fundamento breve y de dudosa legalidad.
Permítanme ser ingenuo –si se quiere- pero creo que podríamos transformar a esta decisión en una oportunidad histórica para contar con una corte pluralista, pero por sobre todo –y este es mi deseo mayor- seria, respetable y creíble.
“…El juez es el derecho hecho hombre; sólo de este hombre puedo esperar en la vida práctica la tutela que en abstracto me promete la ley; sólo si este hombre sabe pronunciar a mi favor, la palabra de la justicia, podré comprender que el derecho no es una sombra vana…” . (Piero Calamandrei “Elogio de los Jueces”, Librería El Foro, año 2008, pág. 70).