Análisis
El 17 de octubre de 1945, según un historiador radical
La movilización popular del 17 de octubre desde la mirada de Félix Luna.
La nota que usted está leyendo es el reverso -o más bien complemento- de otra con la misma inspiración y finalidad: rememorar la movilización popular del 17 de octubre de 1945. Decenas de testigos y protagonistas nos dejaron el recuerdo y descripción de aquella jornada tan especial. Raúl Scalabrini Ortiz, por ejemplo, aseguró haber visto al “subsuelo de la patria sublevada (…) el cimiento básico de la nación que asomaba como asoman las épocas pretéritas de la tierra en la conmoción del terremoto”. Otro escritor, Leopoldo Marechal, fue sorprendido en la tranquilidad de su domicilio porteño por “un rumor como de multitudes”, expresado alegre y pacíficamente por quienes conformaban “la Argentina invisible”, según declaró alguna vez.
Y podríamos seguir acumulando citas de personalidades destacadas o de simples hombres y mujeres de pueblo que allí estuvieron, pero lo cierto es que escribir notas gemelas fue el mejor recurso que encontramos para poder reproducir in extenso dos relatos que consideramos especialmente significativos, porque provienen de contemporáneos que además fueron historiadores y, podríamos aseverar, los dos historiadores más reconocidos e influyentes de la segunda mitad del siglo XX argentino, como mínimo: el peronista José María Rosa y el radical Félix Luna.
“Falucho” Luna (1925-2009), militante radical desde la cuna, adhirió a los postulados de la corriente historiográfica de Historia Social, iniciada en nuestro país por José Luis Romero y consolidada por Tulio Halperín Donghi y Luis Alberto Romero. Esta corriente modernizadora de los estudios históricos, nacida a mediados del siglo pasado, intentó privilegiar las “armonías” por sobre los conflictos, demostrando cómo todas las facciones políticas contribuyeron, en mayor o menor medida, a la formación del país que tenemos. Según el historiador revisionista socialista Norberto Galasso, la Historia Social “incorpora nuevos análisis, enriquece la información, atempera algunos desmesurados juicios de valor, pero concluye respetando lo esencial del viejo relato, en tanto legitimación de la oligarquía y descalificación de los hombres y procesos que expresan a las masas populares” (La Historia Social-Corrientes historiográficas en la Argentina, 2004, pág. 3). Es decir, deja incólumes las bases de la Historia Oficial mitrista.
Sin embargo, no podemos dejar de reconocer la que posiblemente sea su mayor obra: El 45 (1969, Ed. Jorge Álvarez), trabajo en que Luna reconstruye minuciosamente los sucesos políticos y sociales de aquel año decisivo. Con numerosas fuentes consultadas, documentos inéditos, entrevistas a figuras centrales -del mismísimo Perón para abajo- y una honestidad intelectual digna de un profesional, desde su publicación este libro es una fuente ineludible para estudiar -y comprender- al peronismo. Por eso recomendamos su lectura tanto a los peronistas que desisten de hacerlo por creerlo un texto “radical” -error hijo del prejuicio ideológico- como a los antiperonistas que persisten en creer que la demagogia, el clientelismo y la ignorancia son los factores explicativos de este verdadero fenómeno político que, como tal, nunca pudo haberse asentado en semejantes pilares.
Así relata, entonces, los primeros movimientos del 17 de octubre de 1945 Félix Luna:
No hay nada en nuestra historia que se parezca a lo del 17 de octubre. Acaso el único antecedente que reconozca una vaga semejanza con esa jornada sea el movimiento del 5 y 6 de abril de 1811, cuando el gauchaje de los suburbios de Buenos Aires, conducido por “el Alcalde de las Quintas” se concentró en la Plaza Mayor para apoyar al gobierno supuestamente conservador de Saavedra contra la oposición supuestamente progresista de los partidarios de Moreno. En aquella oportunidad, la orgullosa clase mercantil que había hecho la Revolución de Mayo y los jóvenes patriotas que juraban por la memoria de Moreno sintieron el mismo asombro (o la misma repugnancia) que sintieron los porteños de 134 años más tarde, cuando descubrieron una caliente y vociferante presencia popular cuya existencia no habían imaginado hasta entonces.
Porque lo más singular del 17 de Octubre fue la violenta y desnuda presentación de una nueva realidad humana que era expresión auténtica de la nueva realidad nacional. Y eso es lo que resultó más chocante a esta Buenos Aires orgullosa de su rostro europeo: reconocer en esa horda desaforada que tenía el color de la tierra, una caricatura vergonzosa de su propia imagen. Caras, voces, coros, tonos desconocidos: la ciudad los vio con la misma aprensión con que vería a los marcianos desembarcando en nuestro planeta. Argentinos periféricos, ignorados, omitidos, apenas presumidos, que de súbito aparecieron en el centro mismo de la urbe para imponerse arrolladoramente. Por eso lo del 17 de Octubre no provocó el rechazo que provoca una fracción política partidista frente a otra: fue un rechazo instintivo, visceral, por parte de quienes miraban desde las veredas el paso de las turbulentas columnas. Empezaba la mañana cuando comenzaron a llegar rotundos, desafiantes, caminando o en vehículos que habían tomado alegremente por asalto y cuyos costados repetían hasta el hartazgo el nombre de Perón en tiza, cal y carbón. A medida que avanzaban, las cortinas de los negocios bajaban abruptamente con tableteo de ametralladoras. Venían de las zonas industriales aledañas a Buenos Aires. Nadie los conducía, todos eran capitanes. (…)
La cosa había empezado bien temprano, a la hora en que los obreros van llegando a las fábricas con la bronca del madrugón y el sabor amargo del mate en la boca. Pero esta vez no entrarían. Una consigna transmitida casi telepáticamente los detenía en los ingresos, los iba agrupando afuera y los fue sacando hacia las avenidas. (…)
Antes de las 10 de la mañana eran ya nutridas las columnas que marchaban hacia el centro de Buenos Aires. (…) Era, en su mayoría, gente joven y con un estilo indiscutiblemente argentino, en lo bueno y lo malo: desde 1936 la aglomeración suburbana se veía reforzada anualmente con más de 150.000 argentinos del interior. Eran los que venían huyendo de la miseria provinciana, la aridez de la vida rural, la fatalidad climática, la tiranía de la explotación agraria. Rostros morenos y pelos renegridos conformaban el rostro proteico de esa multitud pobremente vestida, que repetía sin cansancio un solo grito, un solo nombre. Llegaban sin rencor ni prepotencia, simplemente exponiendo su fuerza, al corazón de una ciudad que muchos recorrían por primera vez. No había agresividad en esos desordenados batallones (…).
Todo eso se daba misteriosamente, milagrosamente, esa mañana. Y por eso las canciones que surgían de las columnas en marcha eran canciones festivas (…) “Perón no es comunista / Perón no es un dictador / Perón es hijo del pueblo / y el pueblo está con Perón”. (…)
No era una abstracción: era el pueblo real, de carne, huesos, pelos, olor a sudor y malos modales. No eran los obreros antitabáquicos y antialcohólicos, asépticos, de Juan B. Justo; no eran los serviciales “puntos” de comité. Era el pueblo de veras (…). Aquí estaba, avanzando por el bajo, viniendo por Rivadavia, llegando por Constitución, acercándose desde San Martín y Mataderos, desde Lanús y Parque Patricios…
¿Y ahora? (1969, págs. 342-350)
Por Alejo Bautista Giorgi – Licenciado en Ciencia Política (UBA) y docente.
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